martes, 26 de julio de 2016

Los cívicos


Recuerdo que, de muchacho me gustaba charlar de historia con mi viejo. Como después me pasó a mí, la historia lo apasionaba y era muy agradable como "contaba" los diferentes hechos... como si hubieran sido ayer y vinculándolos a las cosas del presente.

Hoy, cuando recuerdo la Revolución del Parque pienso en aquellos hombres, en "los cívicos". Un grupo heterogéneo de personas de diferentes estratos sociales, fogoneados por un grupo de muchachos que, apenas un año antes habían dado el empujón a un proyecto tendiente a convertir la "letra muerta" de la Constitución Nacional en algo real, palpable.

Era el comienzo de una epopeya, de una larga lucha para que "el régimen" ("falaz y descreído"), desapareciera. Este “régimen” era fuente y benefactor de un estado de cosas que, hoy por hoy, no nos suenan raras: corrupción, mentiras y el uso de las instituciones para beneficio de unos pocos. La manipulación de la opinión pública y el fraude electoral como herramienta básica para el acceso al poder por medio de lo que hoy llamaríamos "patotas" para imponer la voluntad "del que manda" a los demás.

Esa larga lucha comenzó con una reunión espontánea de unos muchachos inquietos en 1889, para eso convocaron a un gran acto al que se sumaron dirigentes de prestigio que no estaban comprometidos con "el régimen". Básicamente dos de ellos fueron los principales actores: LEANDRO N. ALEM y BARTOLOMÉ MITRE. "Don Bartolo" se quedaría en el camino un par de años después "acordando" con Roca, pero eso ocurriría más adelante. Este acto espontáneo repercutió en todas las provincias y, en poco tiempo LA UNIÓN CÍVICA era un partido nacional, organizado y cohesionado.

Esto también fue una novedad, hasta ese entonces "los partidos" eran la expresión sumisa y puramente electoral de la adhesión a determinado líder o candidato. Este partido no era así, tenía una organización, nacida "de abajo", dirigentes poco conocidos y un claro programa: destronar al régimen e instaurar gobiernos legítimos, no nacidos del fraude, respaldados en la Constitución como "programa de acción".

Todo esto los hizo revolucionarios y, comprometiendo oficiales del ejército, el 26 de julio de 1890 se lanzaron a la acción, tomando el “Parque de Artillería” frente a la actual plaza Lavalle.  El objetivo era claro, destituir al gobierno, nombrar una Junta Revolucionaria y llamar a elecciones libres y limpias en un mes.

El movimiento fracasó, se sabe ya hoy, debido a la delación de algunos de los "comprometidos". Pero fracasó solo militarmente porque en lo político generó un estado de efervescencia y rebelión que no se detendría hasta que en 1912 "el régimen" reformó la ley electoral, garantizó elecciones libres y limpias y, en 1916 don HIPÓLITO YRIGOYEN sería consagrado el primer presidente elegido en elecciones limpias, con voto secreto y obligatorio.

Tanto y tan poco.

Hoy quiero recordar a esos "cívicos" que, con tenacidad y claras convicciones, no dudaron en qué debía hacerse y qué no debía hacerse. Que su esfuerzo no haya sido vano. Hoy, que contamos con sistemas electorales mucho más eficaces (aunque todavía mejorables), nos está faltando esa fuerza, ese "ensuciarse con barro" en el compromiso cotidiano con la democracia.

La cuestión no es solamente votar... es participar, exigir derechos, reclamar reparaciones y, ante todo, no aceptar más la corrupción como método cotidiano. Ni la pública ni la privada. No la perdonemos en el pasado y no la permitamos en el presente.


La venalidad es la burla hacia nuestra dignidad de ciudadanos, no la aceptemos mansamente. Pensemos en los revolucionarios del Parque y, como ellos, plantémonos ante las injusticias y los robos... ser ciudadanos es mucho más que poner un papelito en un sobre, es ser El Soberano.